domingo, 5 de junio de 2016

Artistas del bote


Fotografía digital a la rica costra de acrílico

Llevo una temporada rumiando nociones no demasiado amables sobre el trabajo del artista en mi entorno más cercano *. Nos llenamos la boca (que no los bolsillos) manejando discursos que muchas veces no hacen sino poner de manifiesto nuestras profundas carencias (ya técnicas, ya terminológicas... y hasta ortográficas, oigan). Por no hablar del hastío que produce repasar la abundante programación expositiva local para encontrar que todos estamos haciendo lo mismo o casi,  sin ningún reparo a la hora de repetir, a veces simultáneamente incluso, títulos, temas, composiciones o paletas de color ajenos. Acabamos así siendo presas incautas de las modas, de la mecanización de nuestro trabajo y del postureo ¿Y aún pretenderemos resultar novedosos o especiales? Permítanme que me pitorree, amigos. Estamos pringados hasta las cejas y no precisamente de pintura. Nadamos en soberbia y en falta de autocrítica medrando en el planeta valetodo y en la villa compadreo. En fin, dicen que darse cuenta del problema es empezar a solucionarlo, pero no me lo acabo de creer. 

*Si les pica el término artista, pongan lo que prefieran: creador, funambulista visualunicornio de la mancha o lo que sea, me da lo mismo,  aunque lo cierto es que la RAE maneja un concepto bastante amplio de la palabra. No quiero amedrentar a nadie entrando en una inútil espiral de quejío flamenco, pero encuentro descorazonador que se mitifique tanto una profesión -salvo honrosas excepciones- tristemente marginal hoy en día.


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